JOHN CARLIN, 01 de noviembre, 2009
Durante los 20 años transcurridos desde el final de la guerra fría, América Latina ha pasado de ser un continente plagado de déspotas y dinastías políticas a ser uno en el que se impone, de norte a sur, la democracia electoral. Pero lo que no ha cambiado del todo es el ansia de los gobernantes por eternizarse en el poder.
Durante los 20 años transcurridos desde el final de la guerra fría, América Latina ha pasado de ser un continente plagado de déspotas y dinastías políticas a ser uno en el que se impone, de norte a sur, la democracia electoral. Pero lo que no ha cambiado del todo es el ansia de los gobernantes por eternizarse en el poder.
Convencidos, como Louis XV de Francia, de que después de ellos, el diluvio, buscan cómo cambiar las reglas del juego para poder presentarse a la reelección. Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, ofrece el caso más notorio, pero su némesis, Álvaro Uribe, de Colombia, también da señales de haber caído en la misma tentación. Igual que Daniel Ortega en Nicaragua y, en su día, Alberto Fujimori en Perú y Carlos Menem en Argentina.
Michelle Bachelet, la presidenta de Chile, en cambio, no evidencia ningún interés en prolongar su mandato más allá del límite de cuatro años que impone la Constitución. Pese a que los últimos sondeos le dan un 76% de apoyo popular, un logro mayor en un país hasta hace muy poco partido políticamente por la mitad, la socialista Bachelet no ha sucumbido a la droga del poder. Habrá elecciones en Chile en diciembre y ella abandona la presidencia en marzo, pero afronta los pocos meses que le quedan al mando de su país con filosófica, e incluso risueña, serenidad.
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